¿Eres bueno dando consejos, pero no siguiéndolos? Podría ser porque sufres de la paradoja de Salomón.
Tal vez, en más de una ocasión has sido capaz de ayudar a otros en situaciones difíciles o resuelto sus problemas de forma rápida y efectiva.
Sin embargo, no puedes hacer lo mismo por ti y ni siquiera lo mínimo.
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No es que vayas por la vida resolviendo la vida de los demás, simplemente eres bueno escuchando, viendo una perspectiva favorable y señalando el camino correcto.
El problema es que no aplicas esto a tu vida y en muchas ocasiones te complicas más de la cuenta al resolver tus conflictos.
Qué es la paradoja de Salomón
Recibe este nombre gracias al rey Salomón que era conocido por ser muy sabio y tener muy buen juicio.
Tanto que muchas personas viajaban distancias muy largas únicamente para recibir un consejo por parte de Salomón.
Todos los consejos que brindaba fueron apropiados y ayudaron a lograr grandes hazañas.
Sin embargo, su vida estuvo llena de malas decisiones. Mostraba una pasión desmesurada por el dinero y las mujeres. También se hace mucho énfasis a que nunca educó a su hijo.
Todo esto provocó que su reinado fuera corto, tormentoso y muy criticado.
Fue capaz de ayudar a otros y hacer que lograrán todo lo que quisieran, pero no pudo apoyarse a sí mismo de la misma manera.
La razón por la que impulsas a otros, pero no haces lo mismo por ti
El caso de Salomón no es aislado, ya que le ocurre a muchas personas.
Y esto sucede porque cuando alguien nos cuenta un problema que está viviendo, tendemos a interesarnos y buscamos más información de la que nos brindan.
Esto provoca que intentemos abordar la situación desde diferentes perspectivas e incluso buscar una solución que le agrade a la persona que tiene el problema.
Sin embargo, cuando se trata de una situación propia, buscamos menos información adicional.
No nos inclinamos a tratar de analizar la situación desde diferentes perspectivas y nos cuesta tomar una solución que implique compromiso y felicidad.
El secreto de esta situación es la distancia psicológica.
Cuando no estamos metidos en la situación por la que otra persona nos pide consejo, vemos las cosas con más claridad y sabemos reconocer la estrategia más adecuada.
Somos mejores para resolver los problemas de otros que los nuestros porque el desapego produce objetividad.
Es más fácil ayudar que ayudarte
Muchas veces, nos parece sencillo y correcto, decirle a otras personas “tú puedes”, “debes tener coraje”, “lo estás haciendo bien”, “tienes muchas oportunidades”, “atrévete, lo vas a lograr”.
Sin embargo, cuando se trata de nosotros mismos, no podemos ni creemos en este tipo de frases, porque creemos que estamos siendo condescendientes y engañandonos.
Cuando nos encontramos en problemas, nuestro pensamiento queda atrapado en el miedo, en las inseguridades y en optamos por los mecanismos de defensa. Así que a veces nos quedamos sin consejos para nosotros mismos.
Cómo solucionar este problema
Una de las estrategias que parecen funcionar es intentar pensar en nuestra historia o contarla en tercera persona.
Investigadores encontraron que cuando hablamos en tercera persona, en vez de en singular, recuperamos las capacidades que aplicamos con otras personas.
El truco está en eliminarnos a nosotros mismos como protagonistas de la situación, de manera que al verbalizarlo en tercera persona podamos analizarlo como lo haríamos con un amigo.
Y así obtener ese apoyo, confianza e impulso para resolver la situación en la que nos encontramos.
Si queremos ser capaces de aplicar nuestros propios consejos, la mejor solución es tratar nuestros problemas como si fueran los de otra persona.
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