Una persona madura es aquella que se conoce, sabe sus fortalezas y debilidades, se ha enfrentado a experiencias que la han hecho crecer, aunque el aprendizaje haya sido doloroso.
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En ocasiones vamos por inercia, viviendo un día tras otro, apenas notando aquellos detalles que hacen de cada día algo especial, mínimo diferente.
Si bien nos va y si bien estamos, agradecemos lo que tenemos y despedimos con honor aquello que cumplió su ciclo a nuestro lado.
Acumulamos velitas en el pastel, una que otra arruga, algunas canas y experiencia en nuestro diario.
Así, después de los 30, estamos más enteros, nos conocemos más, sabemos lo que no queremos vivir, quizá porque de eso ya aprendimos más en los veintes.
Todo lo que hemos vivido nos ha delineado, más no nos ha definido, nos vamos formando día a día.
Así, después de los 30, una persona madura, ya sabe de sí misma su esencia y lo muestra así:
Se respeta
Para un hombre maduro, el respeto es parte fundamental, por eso, respeta y se da a respetar en todo momento y en todos los niveles.
Sabe su valor
Después de los 30 conoce muy bien su valor, al ser una persona madura, sabe darse y regalar todo lo que es, pero con el valor de la reciprocidad.
Pone sus límites
Porque ya los conoce, porque la vida le ha señalado lo que sí y lo que no es negociable.
Trabaja sus emociones
Esto es lo más importante, porque de aquí surgen los puntos anteriores.
Una persona madura sabe cómo trabajar sus emociones, no las reprime, sino que las deja fluir con equilibrio y amor propio.
La esencia de un hombre maduro
Fluye en su personalidad, se demuestra en sus pensamientos y en sus decisiones, no actúa en contra de ella, se trata como un buen amigo y disfruta de su tiempo a solas.
Se ama, se cuida y aprende de lo que vive trabajando en sí mismo para ser su mejor versión. Se enfrenta a la vida con honor, dignidad y autenticidad.
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