En estos últimos días hemos visto imágenes escalofriantes de las erupciones volcánicas, primero en Hawái por el volcán Kilauea, después, la tragedia llegó al continente americano, siendo Guatemala la más reciente víctima.
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Guatemala no sólo está cubierta de ceniza, la tristeza y el agobio invadió a la población, la gente lo perdió todo, sus casas, autos, animales, tierras e incluso la vida o la ilusión de su familia.
Las cifras oficiales pero no definitivas llegan a 69 muertos, más de 4 mil evacuados y una cifra incierta de desaparecidos. Muchos fueron los locatarios que se vieron sorprendidos por la pesada cortina de ceniza y no pudieron poner a salvo su vida.
Sin ser alarmistas pero sí conscientes, es normal reflexionar y pensar, ¿por qué la erupción del Kilauea no fue tan mortífera como la de el volcán Fuego? ¿Qué pasaría si estos fenómenos naturales despertaran otros volcanes en América Latina y, sobre todo, en México?
Para respondernos a la primera pregunta te damos una síntesis de lo que encontramos en un artículo de CNN.
El volcán Kilauea hizo una erupción volcánica emitiendo lava, ésta se desplaza lentamente, unos cientos de metros por hora; no había poblados tan cercanos pues el volcán está ubicado dentro del parque nacional de volcanes de la isla.
En Guatemala, mucha gente vivía en las faldas del volcán, además, el tipo de explosión fue de flujo piroclástico que es una mezcla de cenizas, rocas y gases volcánicos que se desplazaron a 700 km/h y alcanzaron los mil grados centígrados.
Pero, ¿qué conecta ambas erupciones, la casualidad o la tierra?
Ambos volcanes forman parte del anillo de fuego del Pacífico, un zona de 40 mil kilómetros que rodean el océano pacífico. Este anillo comprende el área con mayor actividad volcánica y sísmica del mundo. Nuestro país, también forma parte del anillo de fuego.
El volcán Popocatépetl y el volcán de Colima son los que podrían contarse como activos así que esperamos que la mujer dormida los siga manteniendo tranquilos.
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