Una cosa es ser egoísta para defender tus metas y lo que es mejor para ti y otra serlo porque te crees superior a los demás.
Y en el segundo caso, no estás logrando tus objetivos y tampoco siendo un hombre respetable, con principios o poderoso.
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Ser egoísta y soberbio no te ayudará a obtener el éxito, porque esta actitud solo provoca que te metas el pie y te quedes a mitad del camino.
Porque nadie está viendo tu talento, capacidades o habilidades, sino que solo piensas en ti y quieres que los demás fracasen para que tu ganes.
Es momento de que notes que ser egoísta al extremo no te está beneficiando y que solo te resta oportunidades de éxito.
5 señales de que eres un hombre egoísta
1. Solo cuentas tú.
En cada aspecto de tu vida, siempre buscas ser el centro de atención y que todo el mundo esté a tus pies.
Pareciera que no buscas una pareja, colaboradores, amigos o inspiración, solo quieres estar rodeado de personas que te alaben y dejen su vida para enfocarse en ti.
Y aunque tú creas que esto está bien o no tiene nada de malo, estás muy equivocado. Porque no eres el único que cuenta o vale en la vida.
Está bien que quieras lo mejor para ti, pero no debes tenerlo a costa de sacrificar lo que quieren o sienten otras personas.
2. Quieres ganar.
No importa si tienes la razón, las habilidades necesarias o no moviste un dedo para lograr tus objetivos, tú quieres ganar a toda costa.
Tu egoísmo te ciega y te hace creer que eres merecedor de todo lo mejor aunque no te esfuerces, debe ser tuyo solo porque sí o porque lo deseas.
En algunas ocasiones lo vas a obtener, pero de una forma sencilla y rápida, pero ese triunfo se irá de la misma manera.
3. No compartes, solo exiges.
Al ser egoísta crees que el mundo y todas las personas que te rodean te deben algo o siempre deben estar dispuestas a brindarte cualquier petición que se te ofrezca.
Por esto, te das el lujo de exigir más de la cuenta o de “succionar” lo mejor de otras personas para sacar ventaja de ello.
Lo peor es que no eres capaz de dar lo mínimo, solo te enfocas en seguir exigiendo y en hacerle creer a las personas que te rodean que les haces un favor, cuando solo las perjudicas.
4. Das cuando quiere recibir.
En el momento en el que se te ocurre brindarle algo a los demás, es por conveniencia. Haces un favor, para después restregarlo y exigir el doble.
No te importa si pueden o quieren, te deben algo y necesitan pagarlo.
No conoces la empatía y menos el agradecimiento, solo exiges y crees que puedes usar a cualquiera para obtener lo que deseas.
5. Te molestas cuando no se hace lo que quieres.
No solo es que te enoje o te frustre la situación, sino que le haces creer a los demás que tú tienes el poder y ellos no tienen otra opción.
Deben acatar cada una de tus peticiones y hacerla posible.
Sin embargo, cuando esto no pasa, te conviertes en un niño berrinchudo que no obtuvo su capricho.
Lo peor es que tomas la situación con inmadurez y castigas a las personas con la ley del hielo, destacando sus errores o echándole la culpa de los tuyos.
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